En el corazón de Asia, donde las vastas estepas se funden con el cielo, la Iglesia Católica ha encontrado un humilde hogar en Mongolia, una tierra conocida por su rica historia y cultura nómada. El joven Cardenal Giorgio Marengo, Prefecto Apostólico de Ulán Bator, ha estado sembrando la fe en esta tierra lejana, convirtiéndose en un puente entre el Vaticano y Asia. Fue el encargado de recibir al Papa Francisco el año pasado.
En una conversación sincera, el Cardenal Giorgio comparte su camino de fe y el crecimiento de la comunidad católica en Mongolia. Al ser consultado sobre su elección por el sacerdocio misionero en lugar del diocesano, reflexionó: “Durante el discernimiento de mi vocación, la consagración de la vida religiosa tuvo un papel particular. Desde el momento en que sentí que el Señor me llamaba a trabajar para Él, sentí también el llamado a la vida religiosa, lo que me condujo al Instituto de los Misioneros de la Consolata.”
Cuando se le preguntó si tenía un país en mente, el cardenal recordó: “Inicialmente no, solo el deseo de responder a ese llamado de entregar mi vida al Señor. Gradualmente, mi corazón se inclinaba hacia Asia. Sin embargo, teniendo un voto de obediencia, no dependía de mí. Pero mi ordenación casi coincidió con la decisión del instituto de ir por primera vez a Mongolia. Éramos dos sacerdotes y tres religiosas.”
El idioma, una herramienta esencial para la evangelización, representó un reto en Mongolia. “Sí, incluso para nosotros los latinos requiere mucho esfuerzo, es un desafío aprender mongol, que tiene raíces o similitudes con el coreano, japonés, turco, húngaro”, comentó. Sobre cómo evangelizar sin dominar el idioma al principio, señaló: “Uno aprende que la misión, más que hacer, es estar allí, en un lugar y momento determinados, y el Señor se vale de eso.”
La admiración del Cardenal Giorgio por Mongolia es palpable. “¡Mongolia misma! Es un país con una historia rica, que hace tres o cuatro siglos se cerró en sí mismo. Es una nación que se expandió enormemente, creando el imperio territorial más grande de la historia. Conquistaron a muchos sin ser conquistados jamás, lo que genera un profundo orgullo nacional. Han mantenido su identidad pese a estar entre dos grandes civilizaciones, la ruso-europea y la china. Esto los hace únicos, con una tradición cultural y religiosa marcada por el chamanismo y el budismo tibetano. El modo de vida nómada también es claramente visible como una categoría cultural profundamente arraigada.”
Tras la caída de la Unión Soviética, Mongolia abandonó su gobierno comunista aliado con Moscú y la libertad religiosa fue consagrada en su constitución. Esto permitió a la Iglesia Católica establecer una presencia oficial en Mongolia a partir de 1992. En los años 90 llegaron los primeros misioneros católicos, sentando las bases de lo que se convertiría en una de las comunidades católicas más pequeñas del mundo. Actualmente, hay entre 1,300 y 1,500 católicos en Mongolia, testimonio del esfuerzo constante de esos primeros misioneros y del trabajo continuo de personas como el Cardenal Giorgio.
Además de la misión religiosa, la relación diplomática entre la Santa Sede y Mongolia ha ido creciendo. La visita del Papa Francisco a Mongolia refleja el interés del Vaticano en fomentar no solo relaciones religiosas, sino también diplomáticas en la región, dada la ubicación estratégica de Mongolia entre Rusia y China, con quienes la Santa Sede ha tenido históricamente relaciones complejas. Esta iniciativa diplomática forma parte de un esfuerzo más amplio por intensificar el compromiso del Vaticano en el panorama geopolítico del Este Asiático.
La Iglesia Católica en Mongolia, aunque pequeña, florece bajo el cuidado del Prefecto Apostólico. “Es una Iglesia muy pequeña, que necesita enraizarse bien, formar personas que hagan esta opción de fe y prepararlas para vivir la realidad como cristianos. Nuestras comunidades valoran mucho el Camino Neocatecumenal, pero también la iniciación a la vida cristiana”, compartió el Cardenal Giorgio.
La creciente comunidad católica en Mongolia está distribuida en ocho parroquias y una capilla, representando alrededor del 0.04% de la población del país. Este crecimiento, a partir de cero católicos registrados en 1992, refleja el surgimiento de la Iglesia en Mongolia durante más de 30 años. La estructura eclesiástica incluye un obispo, 25 sacerdotes y 35 catequistas dedicados a nutrir la fe entre los católicos mongoles.
El Cardenal Giorgio considera que la visita histórica del Papa Francisco a Mongolia fue un hito para afirmar la presencia católica: “Fue fundamental. Si me pongo en el lugar de un mongol convertido al cristianismo, sabiendo que soy una minoría absoluta, y que nuestro líder religioso vino a visitarnos, habló con nuestras autoridades y valoró nuestras raíces culturales e históricas, eso ayuda enormemente a que la Iglesia Católica sea vista como una realidad bella, noble y digna. Para nuestros católicos locales es un impulso enorme. El hecho de que haya entrado en un ger (tienda tradicional mongola) es muy significativo. Podemos recordarlo siempre, decirles que el Papa sabe que existimos. También reforzó las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y Mongolia, que existen desde hace 30 años pero que aún necesitan concretarse en situaciones de colaboración.”
Para quienes consideran el camino misionero, el consejo del Cardenal Giorgio fue sincero: “Ante todo, es muy importante dar testimonio alegre de la fe allí donde vivimos, es una gran contribución a la misión de la Iglesia. ¡Y siempre estamos felices de acoger a quienes deseen venir con sus dones, sacrificios y participación activa!”
La trayectoria del Cardenal Giorgio, junto a la pequeña pero vibrante comunidad católica en Mongolia, es un testimonio vivo del alcance del Evangelio, incluso en las lejanas estepas de Asia, bajo la mirada del miembro más joven del Colegio Cardenalicio.
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