“Juntos, debemos buscar caminos para ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes y promueve el diálogo, una Iglesia siempre abierta a acoger, como esta Plaza con sus brazos abiertos, a todos los que necesitan de nuestra caridad, de nuestra presencia, de nuestra disposición al diálogo y de nuestro amor.”
Papa León XIV
El mandato final de Jesús antes de ascender al cielo fue claro: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones” (Mt 28,19). Este es el corazón de la misión ad gentes: un llamado a ir más allá de lo conocido, a llevar la luz de Cristo a quienes aún no lo conocen.
Para miles de hombres y mujeres —sacerdotes, religiosos y laicos misioneros— esto implica dejar atrás su hogar, su familia y su cultura para servir en tierras lejanas, donde el Evangelio aún no ha sido anunciado o apenas ha comenzado a florecer. Estos misioneros responden a las necesidades más urgentes de la Iglesia, sembrando las primeras semillas de la fe en territorios donde Cristo aún no ha sido proclamado o donde la Iglesia es todavía joven.
Desde el tiempo de los Apóstoles, la Iglesia es misionera por naturaleza (Ad Gentes, 2). Los misioneros no van por iniciativa propia, sino que son enviados —por Cristo, a través de la Iglesia— para llevar la Buena Noticia a quienes aún esperan el poder transformador del Evangelio. Muchos de ellos llegan a lugares de “primera evangelización”, donde la figura de Cristo es desconocida y donde no existen todavía vocaciones locales al sacerdocio o a la vida consagrada.
¿Te unes a nosotros?
El Papa Francisco nos recuerda que la misión no es una tarea opcional, sino la identidad misma de la Iglesia:
“Todo cristiano está llamado a participar en esta misión universal ofreciendo su propio testimonio del Evangelio en todos los contextos, para que toda la Iglesia pueda salir continuamente con su Señor y Maestro a los ‘cruces de caminos’ del mundo actual.” (Jornada Mundial de las Misiones 2024)
Si bien algunos son llamados a la misión ad gentes, todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros en la vida cotidiana: en el hogar, en el trabajo, en la comunidad. El mandato misionero no es exclusivo de sacerdotes y religiosos, sino que pertenece a cada persona bautizada.
La oración sostiene a los misioneros en el campo y abre los corazones a la acogida del Evangelio.
A través de las Obras Misionales Pontificias, puedes apoyar directamente a la Iglesia en los territorios de misión.
Algunos son llamados a ser misioneros en tierras lejanas. Otros, a evangelizar en su entorno inmediato, a través del testimonio en la vida diaria.
La Iglesia necesita sacerdotes, religiosas y catequistas misioneros para continuar la obra de Cristo. Tu ayuda hace posible su misión.
Con la alegría y la ternura de Nuestra Madre, y con la fuerza que nace del cariño (Evangelii Gaudium, 288), salgamos a invitar a todos a conocer a Cristo, nuestro Salvador.
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